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Personajes
"Los Sitios" en la
literatura

Zaragoza 1808-1809, segundo centenario de los "sitios"


1. Revuelta en las calles

El primer gran escenario urbano de los Sitios de Zaragoza es el palacio de los Luna, hoy Audiencia Provincial y en 1808 sede de la Capitanía General de Aragón. Los zaragozanos lo asaltaron para exigir armas al capitán general, Jorge Juan Guillelmi. Fue el 24 de Mayo de 1808, con miles de franceses pisando ya suelo español.

Parecía una jornada más dentro de un periodo convulsivo. O quizás no. Poco antes del mediodía del 24 de Mayo de 1808 cientos de zaragozanos esperaban la llegada del correo con noticias de Madrid. Había preocupación, temor, indignación. Y hacía un calor agobiante. Dos días antes había llegado a las puertas de la ciudad Palafox que, tras haberse escapado de Bayona disfrazado de campesino, se refugió en su palacio de La Alfranca. Había planeado liberar al Rey de España pero, descubierto por agentes de Napoleón, tuvo que salir huyendo de Bayona y, disfrazado de campesino, se refugió en la mansión campestre de los Marqueses de Ayerbe, en La Alfranca.Palacio de los Marqueses de Ayerbe

Circulaban todo tipo de rumores, algunos fundados, otros no. Casi todo el mundo tenía claro que los franceses iban a intentar apoderarse de la ciudad. De hecho, los soldados no estaban muy lejos. Había pasado casi un mes desde el levantamiento del 2 de Mayo en Madrid, sofocado con sangre y, desde entonces, campesinos, jornaleros y trabajadores de los gremios andaban muy revueltos, pegando pasquines en las calles contra las pasivas autoridades.

El correo trajo la confirmación: Carlos IV y Fernando VII habían abdicado en favor de Napoleón. Muchos zaragozanos se prendieron una escarapela roja -el color simbólico de la ciudad- en el sombrero, cogiendo lo que tenían más a mano, horcas y azadas, y se dirigieron a la Capitanía General de Aragón para exigir armas.

A las puertas del palacio de los Luna la muchedumbre pidió armas. En un primer momento no tuvo respuesta. Pero la mecha había prendido, y lo que se había puesto en marcha ya nadie lo iba a poder parar. Ante la falta de respuesta de las autoridades, lloviendo piedras sobre los vidrios del edificio mientras la multitud vociferaba a sus puertas. Dentro, Jorge Juan Guillelmi y Andrada, un sevillano de 74 años de origen italiano, que era un capitán general de Aragón muy poco corriente: ilustrado, viajero y políglota, aunque había luchado en la Guerra del Rosellón parecía más inclinado a la Corte que al campamento militar. No era un afrancesado, y por eso le dolió especialmente haber sido un par de meses antes objeto de mofa por los estudiantes zaragozanos que, dando vivas a Fernando VII, habían detenido su carruaje para burlarse de el. Pero era un ferviente defensor del poder establecido. Incluso había intentado convencer a Palafox de que fuera a Madrid para rendir pleitesía a Murat, lugarteniente de Napoleón. Palafox por el contrario, organizó una junta de notables con el objetivo de movilizar a los zaragozanos para cambiar a las autoridades que él consideraba pro francesas por hombres fieles al joven e inédito Fernando. Pese a todo, Guillelmi, en aquellos días de Mayo de 1808, se empeñaba una y otra vez en defender la "legalidad", cuando esta se encontraba en el bando equivocado.



"Son gente inexperta, un peligro para sí mismos"

La gente acabó asaltando las habitaciones privadas de Guillelmi. Un estudiante de cirugía, Carlos González, llevó la voz cantante y pidió armas, las que estaban almacenadas en la Aljafería. Guillelmi se las negó e intentó un imposible: razonar con la multitud. "Son gente inexperta -decía- que, con un fusil en la mano, solamente representará un peligro para sí misma". Aseguraba además no tener noticia de que el ejército napoleónico preparara alguna acción contra Zaragoza, y que le había enviado una carta al mariscal Joaquín Murat en la que le indicaba que la ciudad estaba tranquila. Calle Boggiero

Pero estaba equivocado. Un dique se había roto y ya no había forma de repararlo. Con los ánimos tan exaltados, y temiendo por su vida, se avino a acompañar a los sublevados hasta La Aljafería, donde estaban guardadas las armas. En el camino, por la actual calle Boggiero, Guillelmi, protegido del sol inclemente por una sombrilla femenina, debió de creer que estaba viviendo la peor de sus pesadillas. Quizá esperaba que la revolución que le rodeaba se disolviera como un azucarillo a las primeras de cambio. No en vano, los amotinados, pese a ser muchos, carecían de un cabecilla de peso. Días antes, él lo sabía, habían estado buscando una personalidad de prestigio, noble o militar, que liderara la insurrección. Pero sin éxito.

El motín zaragozano, en cualquier caso, había llegado a un punto sin retorno. La chispa había prendido de tal modo que difícilmente podía ser sofocada por nadie. Que la revuelta tuviera cabecilla y armas era cuestión de horas.

Imágenes: Fundacion2008.com
Fuente: Heraldo de Aragón
Que al mismo tiempo está inspirada principalmente en dos libros:
- El diario de un funcionario judicial, Faustino Casamayor
- "Zaragoza 1808 y 1809. Los sitios vistos por un francés", de Jacques Belmas, jefe de un batallón de ingenieros.


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