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Personajes
"Los Sitios" en la
literatura

Zaragoza 1808-1809, segundo centenario de los "sitios"


7. Granadas para someter a la ciudad

Pólvora por quintales. Si el sitio era inevitable, los franceses tuvieron muy claro que la ciudad solo se sometería por los efectos de la pólvora y de sus cañones. Durante buena parte de Julio estuvieron hostigando a los zaragozanos, al tiempo que cortaban sus suministros y preparaban un ataque, que preveían definitivo. Lo intentaron en los primeros días de Agosto.

Una vez centrados en la necesidad de plantear un asedio mas o menos convencional, los franceses empezaron a ejecutar acciones cuyo único objetivo era mantener aislada la ciudad. A mediados de Julio, en tan solo una noche y en una acción espectacular y sorprendente, construyeron un puente sobre el Ebro con el fin de poder rodear la ciudad y atacar por el otro lado del río. Una vez hecho esto, ocuparon la mayor parte del Arrabal.

El 14 de Julio destruyeron el puente sobre el río Gállego, cinco días más tarde cortaron la acequia del Rabal, intentando dejar sin agua las huertas de la ciudad. Todos los días, mientras se bombardeaba la ciudad de manera casi rutinaria, grupos de soldados recorrían los pueblos próximos a Zaragoza haciendo saqueos e interceptando los convoyes de abastecimiento a los sitiados. También asaltaron los molinos de las Almas y del Pilar, para agravar la penuria de alimentos en la ciudad.

Mientras, zapadores e ingenieros organizaban trincheras, desde las que lanzar el ataque definitivo. Y poco a poco fueron logrando su objetivo. Reducto del PilarSegún cuenta Faustino Casamayor, el cronista permanente de los Sitios de Zaragoza, el 1 de Agosto "fue tan grande la escasez de carne y de pan, que se quedó mucha gente sin comer ni uno ni otro, y tal la gritería que era un clamor, pues la carne a las 8 de la mañana ya no se vendía, y el pan a lanzadas, pues en cada sitio donde se daba lo custodiaban unos hombres con sus lanzas, y aún así costaba mucho trabajo el llegar a la reja por donde se suministraba".

En el interior, como ya no quedaban municiones, el coronel de artillería Ignacio López se encargó de crear una fábrica de pólvora, utilizando para ello un molino que había junto a la desembocadura del Huerva. Después de requisar todos los morteros de confiteros, tenderos y tintoreros de la ciudad, se trituraban los materiales en la sede de la Inquisición. Más de 200 hombres se dedicaban día y noche a fabricar munición y, para obtener el salitre que necesitaba la pólvora, incluso se lavaba la tierra de las calles. Los zaragozanos aguzaron el ingenio: hacían carbón con tallos de cálamo, y en una fundición fabricaban los proyectiles.

Los víveres aún escaseaban mas. Palafox ordenó depositar todos los alimentos en almacenes públicos y emitió una orden según la cual todos los habitantes tenían la obligación de declarar las provisiones que guardaban en casa, bajo pena de ser considerados traidores a la patria.

El asalto se produjo en los primeros días de Agosto, después de que el ejército francés recibiera nuevamente refuerzos y alcanzara la cifra de 15.000 hombres. La estrategia estaba clara: se trataba de propinar un duro y continuo castigo con la artillería, mientras intentaban adueñarse de los conventos que circunvalaban la ciudad para instalar allí sus cañones y acentuar el castigo al caserío.



La evacuación de los enfermos del Hospital

Antes de lanzar el ataque definitivo, el general Verdier mandó un emisario para solicitar la rendición, pero el ofrecimiento fue desestimado. Los franceses tomaron primero el convento de San José y, una vez dentro de sus ruinas, dispararon sobre los artilleros zaragozanos. En la otra punta de la ciudad, por el lado del Ebro, los franceses prendieron fuego a los campos de cereales, destrozaron los huertos e hicieron todo lo posible para agravar la crisis de subsistencias. El día dos de Agosto tomaron el convento de capuchinos y montaron en él una batería artillera, con lo que empezaron a caer proyectiles desde los cuatro puntos cardinales.

El 3 de Agosto se recrudecieron los cañonazos, que empezaron a las cuatro de la mañana, y los franceses seleccionaron algunos edificios muy significativos como objetivo principal, para quebrar así la resistencia de los sitiados. Se produjeron algunas escenas dantescas.

"El edificio que más padeció, además de las casas particulares, fue el convento de San Francisco -cuenta Casamayor-, donde cayeron más de 14, obligando a los religiosos a salirse precipitadamente a casas particulares. Pero donde fue mayor el daño fue en el Santo Hospital de Nuestra Señora de Gracia, donde estuvieron cayendo casi continuamente, habiendo causado algunos muertos, entre ellos a don Mateo Lagunas, e igualmente tanto daño en las alas de los enfermos que, antes del mediodía, fue preciso tomar providencia de sacarlos, dando licencia a todos los que quisieran irse, y para los que quedaron se destinó la Real Audiencia, adonde fueron conducidos por algunos religiosos en brazos, y varios paisanos en carros y parihuelas, y al mismo tiempo en las camas, espectáculo que causaba la mayor compasión, que aumentaba al lamento de los pobres enfermos, ayudados de los Señores Regidores, que con sus activas providencias lograron verificar con la caridad de los fieles trasladarlos muy en breve, y sin ninguna desgracia a pesar de las muchas bombas y granadas que continuamente estaban cayendo, colocando los enfermos de calenturas en el corredor alto, a los militares en la sala de San Jorge, a los de cirugía en el corredor de abajo, y a las mujeres en la Lonja de la ciudad, pero no habiendo bastante habitación para los hombres, los colocaron en la luna anterior de dicha Audiencia, destinando las escribanías para los cirujanos y la sala baja de Acuerdo para las demás precisas oficinas de tanto empleado. Este melancólico trastorno consternó los ánimos de todos, y la caridad tan natural de los zaragozanos tuvo mucho que merecer al ver tal catástrofe. El fuego siguió vivamente arruinando casas y edificios, por cuyo motivo todo el pueblo estuvo en vela, llenándose la Santa Capilla de vecindario a suplicar devotamente su amparo en tal conflicto".

Pero lo peor estaba por llegar. Y en la ciudad eran conscientes. El propio Palafox envió en la noche del 3 al 4 de Agosto una nota a Mariano Renovales en la que se decía:
 "El capitán general avisa a D. Mariano Renovales que esta noche los franceses van a efectuar un asalto con escalas. Reconoced toda la línea desde el foso de San Miguel hasta el huerto de Campo Real. Vuestros medios de defensa son los fusiles, las lanzas, pistolas y piedras:¡debéis mantener el coraje y la sangre fría, a pesar de los ataques! Vuestra actividad no solo os impedirá dormir, sino que despertará del letargo a vuestros soldados".

Imágenes: Fundacion2008.com
Fuente: Heraldo de Aragón
Que al mismo tiempo está inspirada principalmente en dos libros:
- El diario de un funcionario judicial, Faustino Casamayor
- "Zaragoza 1808 y 1809. Los sitios vistos por un francés", de Jacques Belmas, jefe de un batallón de ingenieros.


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