Frases célebres |
Marco Tulio Cicerón, conocido orador,
político y
filósofo latino, nació en Arpino, Italia, el año 106 a.C.
Perteneciente a una familia plebeya, desde muy joven se trasladó a Roma, donde asistió a
lecciones de famosos oradores y jurisconsultos y, finalizada la guerra civil (82 a.C.), inició su carrera de
abogado, para convertirse pronto en uno de los más famosos de Roma.
Posteriormente se embarcó rumbo a Grecia con el objetivo de continuar su
formación filosófica y política. De vuelta en Roma, prosiguió su carrera política,
y en el lapso de trece años consiguió las más altas distinciones.
Decidido partidario del republicanismo, admitía la necesidad de un hombre fuerte para dotar de
estabilidad al Estado. Desde esta posición, hizo fracasar la reforma agraria propuesta por Rullo, hizo frente a
los populares, liderados por Craso y Julio César, y llevó a cabo una de las batallas más
dramáticas y peligrosas de su carrera: su oposición a la conspiración de Catilina.
Sin embargo, su actuación acabó por significarle el exilio años
más tarde. Regresó a Roma apenas un año y medio más tarde, pero para entonces su carrera
política estaba prácticamente acabada.
El 7 de Diciembre del año 43 a.C. Cicerón fue apresado y ejecutado en Formia, Italia.
Fuente: biografiasyvidas.com
Las raíces del estudio son amargas, dulces son sus frutos.
Cuanto mejor es una persona, más difícilmente sospecha de la maldad de los demás.
Si quieres destruir la avaricia, debes destruir el lujo, que es su padre.
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Es bueno acostumbrarse a la fatiga y a la carrera, pero no hay que forzar la marcha.
No me da vergüenza confesar que soy ignorante de lo que no sé.
Donde quiera que se está bien, allí está la patria.
De humanos es errar y de necios permanecer en el error.
La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio.
No solamente es ciega la fortuna, sino que de ordinario vuelve también ciegos a aquellos a quienes acaricia.
La justicia no espera ningún premio. Se la acepta por ella misma. Y de igual manera son todas las virtudes.
Mi conciencia tiene para mí más peso que la opinión de todo el mundo.
No todo error debe calificarse de necedad.
Si queremos gozar la paz, debemos velar bien las armas; si deponemos las armas no tendremos jamás paz.
No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños.
Es preferible ser viejo menos tiempo que serlo antes de la vejez.
No hay hombre de nación alguna que, habiendo tomado a la naturaleza por guía, no pueda llegar a la verdad.
La ley suprema es el bien del pueblo.
A pesar de que ya soy mayor, sigo aprendiendo de mis discípulos.
Por conservar la libertad, la muerte, que es el último de los males, no debe temerse.
La salud del pueblo está en la supremacía de la ley.
El testimonio de mi conciencia es para mí de mayor precio que todos los discursos de los hombres.
La observación de la naturaleza y la meditación han generado el arte.
Todas las almas son inmortales, pero las de los justos y héroes son divinas.
Que las armas cedan a la toga.
Toda la vida de los filósofos es una meditación sobre la muerte.
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No considero libre a quien no tiene algunas veces sus ratos de ocio.
Es la fortuna, no la sabiduría, la que gobierna la vida del hombre.
Ningún hombre docto ha dicho que un cambio de opinión es inconstancia.
Es una necedad arrancarse los cabellos en los momentos de aflicción, como si ésta pudiera ser aliviada por la calvicie.
Si cerca de la biblioteca tenéis un jardín ya no os faltará de nada.
Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma.
Para ser libres hay que ser esclavos de la ley.
Si hacemos el bien por interés, seremos astutos, pero nunca buenos.
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El recuerdo del mal pasado es alegre.
Todas las acciones cumplidas sin ostentación y sin testigos me parecen más loables.
La ley no ha sido establecida por el ingenio de los hombres, ni por el mandamiento de los pueblos, sino que es algo eterno que rige el Universo con la sabiduría del imperar y del prohibir.
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Los hombres sabios nos han enseñado que no sólo hay que elegir entre los males el menor, sino también sacar de ellos todo el bien que puedan contener.
Hay dos clases de belleza, el encanto y la dignidad. El encanto es la cualidad de la mujer; la dignidad, del hombre.
La honradez es siempre digna de elogio, aún cuando no reporte utilidad, ni recompensa, ni provecho.
Todo aquello que siente, conoce, quiere y tiene la facultad de desarrollarse, es celestial y divino y por esa razón tiene que ser inmortal.
Será elocuente quien pueda hablar de las materias humildes con delicadeza; de las cosas grandes e importantes con solemnidad; y de las cuestiones comunes y ordinarias con sencillez.
Instruirse; instruirse siempre. Este es el verdadero alimento del alma.
Estar contentos con lo que poseemos es la más segura y mejor de las riquezas.
Vivir sin amigos no es vivir.
Mi desquite será proporcionado a los diversos géneros de ataques dirigidos contra mi autoridad o mi persona.
En las horas de peligro es cuando la patria conoce el quilate de sus hijos.
No entiendo por qué el que es dichoso busca mayor felicidad.
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El amor es el deseo de obtener la amistad de una persona que nos atrae por su belleza.
Recuerdo incluso lo que no quiero. Olvidar no puedo lo que quiero.
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Nada resulta más atractivo en un hombre que su cortesía, su paciencia y su tolerancia.
Nadie que confía en sí, envidia la virtud del otro.
Las vanas pretensiones caen al suelo como las flores. Lo falso no dura mucho.
Difícil es decir cuánto concilia los ánimos humanos la cortesía y la afabilidad al hablar.
Nada hay más injusto que buscar premio en la justicia.
La ley es, pues, la distinción de las cosas justas e injustas, expresada con arreglo a aquella antiquísima y primera naturaleza de las cosas.
No hay cosa que los humanos traten de conservar tanto, ni que administren tan mal, como su propia vida.
Es propio de los necios ver los vicios ajenos y olvidar los propios.
Nunca ofendas a un amigo, ni siquiera en broma.
Cuando se discute no es tan necesario citar a los autores notables como argumentar razonablemente.
Los dioses han existido siempre y nunca han nacido.
Comed y bebed, que después de la muerte no habrá ningún placer.
Ningún hombre ha llegado a ser grande sin un toque de divina inspiración.
Hablo, pero no puedo afirmar nada; buscaré siempre, dudaré con frecuencia y desconfiaré de mí mismo.
Hay que comer y beber con tal moderación, que nuestras fuerzas se restauren y no se recarguen.
¿Qué cosa más grande que tener a alguien con quien te atrevas a hablar como contigo mismo?
El que seduce a un juez con el prestigio de su elocuencia, es más culpable que el que le corrompe con dinero.
Cuanto mayor es la dificultad, mayor es la gloria.
Las enemistades ocultas y silenciosas, son peores que las abiertas y declaradas.
Son siempre más sinceras las cosas que decimos cuando el ánimo se siente airado que cuando está tranquilo.
No es otra cosa la amistad que un sumo consentimiento en las cosas divinas y humanas con amor y benevolencia.
La vida feliz y dichosa es el objeto único de toda la filosofía.
Me avergüenzo de esos filósofos que no quieren desterrar ningún vicio si no está castigado por el juez.
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