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Alejandro Dumas

Alexandre Dumas Davy de la Pailleterie, más conocido como Alejandro Dumas, fue un novelista y dramaturgo francés. Llegó a ser uno de los autores más famosos de la Francia del siglo XIX, y acabó convirtiéndose en un clásico de la literatura gracias a obras como “Los tres mosqueteros” (1844) o “El conde de Montecristo” (1845).

Dumas nació en Villers-Cotterêts en 1802, de padre militar —que murió al poco de nacer el autor— y madre esclava. De formación autodidacta, Dumas luchó para poder estrenar sus obras de teatro. No fue hasta que logró producir Enrique III (1830) que consiguió el suficiente éxito como para dedicarse a la escritura.

Fue con sus novelas y folletines, aunque siguió escribiendo y produciendo teatro, con lo que consiguió convertirse en un auténtico fenómeno literario. Autor prolífico, se le atribuyen más de 1.200 obras, aunque muchas de ellas, al parecer, fueron escritas con supuestos colaboradores.

Dumas amasó una gran fortuna y llegó a construirse un castillo en las afueras de París. Por desgracia, su carácter hedonista le llevó a despilfarrar todo su dinero hasta verse obligado a huir de París para escapar de sus acreedores.

Murió el 5 de diciembre de 1870 en casa de su hijo.

Fuente: lecturalia.com

Frases y citas de Alejandro Dumas (116)

El amor es Física, el matrimonio Química.
Como regla general... las personas piden consejo sólo para no seguirlo; o si lo siguen, para tener a alguien a quien culpar por haberlo dado.
Tan rápido es el vuelo de los sueños sobre las alas de la imaginación.

Todos para uno y uno para todos.
Siempre he temido más una pluma, una botella de tinta y una hoja de papel que una espada o una pistola.
Soy fuerte contra todo, excepto contra la muerte de aquellos a quienes amo. El que muere gana; el que ve a otros morir, pierde.
A menudo pasamos junto a la felicidad sin verla, sin mirarla, o incluso si la hemos visto, sin reconocerla.
Una madre perdona siempre; ha venido al mundo para esto.
Los amigos que perdemos no reposan en la tierra, están sepultados en nuestro corazón.
El mundo es un salón del que es preciso salir cortés y honrosamente, es decir, saludando y pagando las deudas del juego.
El silencio es la última alegría de los desgraciados; guardaos de poner a alguien, quienquiera que sea, tras la huella de vuestros dolores; los curiosos empapan nuestras lágrimas como las moscas sacan sangre de un gamo herido.
La vejez no es soportable sin un ideal o un vicio.
¿Sabéis qué es el perdón? La indiferencia por aquello que no nos concierne.
Las largas charlas son el privilegio feliz de las gentes que no tienen nada que decirse.

La filosofía no se puede enseñar; es la aplicación de las ciencias a la verdad.
Apoderarse de un corazón que no está acostumbrado a los ataques es entrar en una ciudad abierta y sin guarnición.

Por bien que se hable, cuando se habla demasiado, siempre se acaban diciendo tonterías.
La prisa es un pobre consejero.
La debilidad de nuestra naturaleza siempre es creernos mucho más infelices que aquellos que gimen a nuestro lado.
El trabajo de uno puede terminar algún día, pero la educación nunca.
Que los elefantes sean tan inteligentes y los hombres tan bestias debe ser debido a una cuestión de educación.
Cuando el diablo se mezcla en los asuntos humanos para arruinar una existencia o trastornar un Imperio, es muy extraño que no se halle inmediatamente a su alcance algún miserable al que no hay más que soplarle una palabra al oído para que se ponga seguidamente a la tarea.
Todo cabe en lo breve. Pequeño es el niño y encierra al hombre; estrecho es el cerebro y cobija el pensamiento; no es el ojo más que un punto y abarca leguas.
En amor, quien duda acusa.
Mi padre era un mestizo, su padre era un negro y su abuelo un mono; parece que mi familia dio comienzo en el mismo punto que la vuestra.

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Tienen algunas cosas tal aire de imposibles, que no se nos ocurre la idea de intentarlas, y hasta las evitamos instintivamente.
Trata al buen vino como a la mujer, con delicadeza, sin golpearla, y cuando lo bebas, dedícale algunas palabras agradables, hasta los vinos aprecian esto.
Feliz, ¿quién puede decir eso? La desgracia o la felicidad es secreto de las paredes, las paredes oyen, pero no hablan.
Una persona que duda de sí misma es como un hombre que se alistaría en las filas de sus enemigos y portaría armas contra sí mismo.
El verdadero amor siempre mejora a un hombre, sin importar qué mujer lo inspire.
La juventud es una flor cuyo fruto es amor; feliz es él quien lo arranca después de verlo madurar lentamente.
La felicidad hace buenos incluso a los malos.
No hay amistad que se preocupe por un secreto escuchado.

Las heridas morales tienen esta peculiaridad: pueden estar ocultas, pero nunca se cierran; siempre son dolorosas, siempre están listas para sangrar cuando se tocan, permanecen frescas y abiertas en el corazón.
El odio es ciego; la ira te arrastra; y el que derrama venganza corre el riesgo de saborear una corriente amarga.
Si deseas descubrir a la persona culpable, primero descubre a quién le puede ser útil el crimen.

La experiencia y la filosofía que no conducen a la indulgencia y a la caridad, son dos adquisiciones que no valen lo que cuestan.
El bien es lento porque va cuesta arriba. El mal es rápido porque va cuesta abajo.
La mujer es como una buena taza de café: la primera vez que se toma, no deja dormir.
Quizá tenía yo el corazón más débil que otro cualquiera, y he sufrido más que otros en mi lugar.
La vida es un rosario de pequeñas miserias que el filósofo desgrana riendo.
Prefiero los malvados a los imbéciles. Aquéllos, al menos, dejan algún respiro.
El deseo es una tendencia constante.
Si Dios fuera condenado repentinamente a vivir la vida que ha infligido a los hombres, se mataría a Sí mismo.
La mujer es sagrada; la mujer que uno ama es santa.
Es raro que uno pueda ver en un niño pequeño la promesa de un hombre, pero uno casi siempre puede ver en una niña pequeña la amenaza de una mujer.
No estimes el dinero en más ni en menos de lo que vale, porque es un buen siervo y un mal amo.

Hay dos formas de ver: con el cuerpo y con el alma. La vista del cuerpo a veces puede olvidar, pero el alma recuerda para siempre.
La felicidad es egocéntrica.

Cuando comparas las tristezas de la vida real con los placeres de la imaginación, nunca quieres volver a vivir, sino para soñar para siempre.
La vida es tan incierta, que la felicidad debe aprovecharse en el momento en que se presenta.
Hay mujeres que quieren tanto a sus maridos que, para no usarlos, toman el de sus amigas.
Creemos, sobretodo porque es más fácil creer que dudar, y además porque la fe es la hermana de la esperanza y de la caridad.
Quien lee sabe mucho; pero quien observa sabe todavía más.