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Personajes
"Los Sitios" en la
literatura

Zaragoza 1808-1809, segundo centenario de los "sitios"


14. Escombros, cadáveres y honor

La Torre Nueva fue un símbolo de los Sitios. En ella ondeó la bandera blanca que anunció que la ciudad había capitulado. Previamente, había sido punto de vigía de los movimientos franceses. Su campana avisaba de dónde provenían los bombardeos (un toque, de Torrero, dos, de detrás de la Aljafería) y tocaba a rebato para llamar a la defensa de la ciudad.

El 21 de Febrero, tal y como estaba pactado en el acta de rendición, al mediodía, la guarnición salió por la puerta del Portillo. Desfiló por delante del mariscal Lannes y depositó las armas a las puertas de la Aljafería. Si al principio contaba con más de treinta y un mil hombres, el 21 de Febrero se habían quedado reducidos a una cuarta parte. Se cerraba así uno de los capÍtulos más heroicos de la Historia de España. Acababa un sitio que duró cincuenta y dos días, de los que casi la mitad se había estado luchando casa por casa, en una pelea cruenta y salvaje en la que los franceses acabaron empleando más de 80 toneladas de pólvora. La orden que había dado Napoleón a Lannes, de que este segundo cerco a la ciudad fuera costoso en sudor (trabajo) y no en sangre (vidas), la había cumplido a rajatabla el duque de Montebello. A lo largo de las siete semanas de operaciones, ingenieros y zapadores desempeñaron un papel más importante que la caballería, y casi al mismo nivel que la artillería.

Las tropas francesas acabaron ese día anotando más de 12.000 prisioneros, muchos de ellos en grave deterioro físico por la enfermedad o el hambre. Fueron enviados a Bayona de inmediato, bajo la guarda del general Morlot. Y el general Lannes, enormemente satisfecho por ver que ya había concluido la lucha, quiso enviar a París la noticia con uno de sus hombres más distinguidos, el general Lejeune. Además en las horas siguientes a la rendición tomó una serie de decisiones que fueron clave para garantizar la tranquilidad, desde la vigilancia y confinamiento de Palafox, hasta el nombramiento de nuevas autoridades que, poco a poco, intentaron restablecer algún tipo de normalidad en la ciudad. Tarea difícil a tenor de los daños causados, del elevado número de víctimas y de las epidemias que campaban sin freno.



Gritos de hambre, dolor y desesperanza

La mejor descripción de cómo estaba la ciudad tras la rendición, la hizo el francés Jacques Belmas:

"La ciudad presentaba un escenario espantoso. Se respiraba un aire infecto que sofocaba. El fuego que todavía consumía numerosos edificios cubría la atmósfera con un espeso humo. Los lugares a los que se había conducido los ataques no ofrecían mas que montones de ruinas, mezcladas con cadáveres y miembros esparcidos. Las casas, destrozadas por las explosiones y por el incendio, estaban acribilladas por aspilleras o por agujeros de balas, o derrumbadas por las bombas y los obuses. El interior estaba abierto por largos cortes para las comunicaciones. Los fragmentos de tejados y de vigas suspendidas amenazaban con aplastar, en su caída, a los que se aproximasen. En el Coso, que formaba la frontera de la conquista francesa, el suelo estaba levantado por el efecto de las minas y de las bombas, las puertas y las ventanas estaban tapiadas con sacos de arena o con muebles; todas las calles adyacentes estaban obturadas por los escombros de las travesías. La población, retirada hacia los barrios menos expuestos a los ataques, se había amontonado en los sótanos y en los subterráneos mas húmedos para buscar un refugio contra las bombas. Los hospitales estaban abandonados; y los enfermos, medio desnudos, erraban por la ciudad como sombras lívidas que salían de las tumbas, y esperaban en medio de las calles. La plaza del Mercado Nuevo ofrecía un espectáculo desolador, gran número de familias, cuyas casas habían sido invadidas o destruidas, se cobijaron bajo las arcadas; allí, los viejos, las mujeres, los niños yacían mezclados, sobre el pavimento, con los moribundos y los muertos. En este lugar de sufrimiento no se oían mas que los gritos arrancados por el hambre, el dolor y la desesperanza (...). Así pues cayó Zaragoza, tras un sitio de cincuenta y dos días de zanjas abiertas, de las que veintinueve habían sido empleadas para convertirse en dueños de la muralla y veintitrés en caminar de casa en casa. Los españoles exaltaron esta heroica defensa. Es cierto que nunca se había visto a una ciudad abierta sostener un sitio tan pertinaz, y la elevación de ánimo que mostraron los habitantes es uno de los más admirables espectáculos que ofrecen los anales de las naciones, después de los sitios de Sagunto y Numancia".

El oficial polaco Josef Mrozinski estima en 54.000 los asediados muertos, en parte población civil bombardeada. En las calles había 6.000 cuerpos insepultos. Las bajas francesas fueron unas 10.000. Zaragoza tardó largos decenios en cerrar tan grandes heridas físicas y morales.

Imágenes: Fundacion2008.com
Fuente: Heraldo de Aragón
Que al mismo tiempo está inspirada principalmente en dos libros:
- El diario de un funcionario judicial, Faustino Casamayor
- "Zaragoza 1808 y 1809. Los sitios vistos por un francés", de Jacques Belmas, jefe de un batallón de ingenieros.


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